19,48. Viernes. El cristal de la ventana supura una pequeña película de vaho. Chupo dos Smint. He andado por los caminos seis kilómetros y me pregunto porqué. Nadie espera. Y aquí estoy viendo crecer la noche.
En este agujero late un frío tenue, suave como algodón empapado. Vivo los últimos jadeos de una Fuga pertinente. Otra más. He vuelto a territorio conocido. Un paisaje repetido que sobrevive a mí pereza y siempre me espera.
En verdad, se me escapa el interés de este vagabundeo . Que hago aquí… Solo advierto que fluyo entre la lluvia de Diciembre y el deseo de continuar ondulante. Alrededor el silencio es absoluto. Abolido. Así debe ser el sonido de la tumba. He comido lentejas y creo que he bebido demasiado vino. Es posible que más bien lo haya absorbido. El yogur con muesli no estaba mal.
Luego mientras atardecía nos hemos ajustado a una conversación entrecortada. La camarera y yo. Hemos coincidido en las mismas heridas abiertas. Es curioso e inevitable. Me he despedido sabiendo que no las cerraremos. Ya no queda tiempo.
Ahora leeré un rato. Luego me meceré con un Juventus-Napoles como si fuera un antiséptico. Más tarde sondearé la noche oscura y alguna luz difusa que parpadea a lo lejos y me despediré de mí sombra que aún se yergue aunque titubea.
Mañana vuelvo…