Y de pronto me apetece leer a CÉSAR G. RUANO. Desde luego, en este instante astral prefiero esta tarea a cualquier sumisión que puedan imponer los cuates contemporáneos sobre lo que es preciso leer. Aquel hombre hace tiempo que dejó de pertenecer al Canón correcto. Hay que disfrutarlo desde el arrabal.
Y me he dispuesto al afán hincando el diente en una selección hercúlea de su Obra Periodística que en su día compiló un futbolista. Sí, Miguel Pardeza, aquel menudo extremo izquierda que leía libros cuando no fatigaba el cuero.
La infinita escritura de Ruano en los periódicos durante cinco décadas, la comprimió el filólogo-futbolista en dos tomos. Dos mil páginas y unos cuantos kilos de peso.
He elegido el segundo volumen que reune textos desde 1943 a 1965. Arrastro el libraco desde una Biblioteca Municipal Pos-Covid hasta mi Jaula con una cierta vehemencia agónica. Y comienzo…
Que maravilla, cada día me receto una esquirla: Una entrevista con Azorín( deliciosa): estampas sobre Venecia, París ; filigranas sobre la enfermedad, el mar, el tabaco, los abanicos, las estilográficas,los cafés; semblanzas, retratos, evocaciones, etc… Textos breves, ligeros, precisos, suavemente cínicos o limpios como el cristal. Ya no se escribe así de pulcro en estos tiempos disparatados.
Ruano fue un tipo difícil, biografía compleja, avatares sombríos. Sin embargo, su escritura es pulimentada, sencilla y a la vez, exacta. Texturas ondulantes, imágenes precisas, sin cosmética. Puro placer condensado en un par de cuartillas escritas con celeridad y tinta fresca en una mesa de humo y café.
Bien. Contacto hecho. Y disfrutado. Seguiré con él. Aún queda un quintal de su prosa por paladear.