LACAYISMO BIODEGRADABLE

Mirad, este es el protocolo que funciona, unísono por cierto, con algún sesgo tornasol: Somos lacayos porque es placentero y natural. Ecochulo.

Esta tarde, sin ir más lejos, he visto androides como yo que discutían mercurialmente en un paso de cebra. Su gesticulación era pura marioneta, pretendían que los ociosos testigos ratificaran sin adivinar la razón. Solo exigían la contundente exculpación y/o el castigo, sin medias tintas. No es No y toda esa reliquia sulfúrica. El incidente ha durado un espasmo pero el regocijo supuraba en las miradas de la Tribu.

Más allá, a la vuelta de la esquina, varios petimetres con tatuajes en los párpados, sometían a un juicio sumarísimo a un compadre angustiado que les miraba con los ojos escarchados. Aducían deudas ocasionales y algún agravio desteñido pero acuciante. El tipo acusado encajaba los golpes con una sumisión dolorida. Me pareció muy eficaz su lacayismo. Lejos de ser una tara, se dibujaba como una treta escueta pero, a la vez, razonablemente enojosa para los Trolls que le escupían.

En el Bazar nepalí una horda de clientes en fase 5 de extravío requerían explicaciones por una mercancía dudosa.  El propietario, un misterioso ser afable, dueño de una endeblez extrema, regurgitaba sonrisas mientras canturreaba una letanía interminable de lo que sospecho eran explicaciones torturadas. La horda amenazaba con delirantes autos de fe policiales, jurídicos, desopilativos. El hombre-mineral agradecía los torrentes de hiel y se defendía con todo tipo de mohines lacayunos.Sorprendentemente,  el ataque cedió de pronto, una nube de impotencia invadió la histeria de los tumultuosos y el nepalí de cristal les acompañó a la puerta con esa cálida mansedumbre que envidio. Sobre el mostrador, la mercancía desahuciada parecía sonreír satisfecha .

No sigo. La horma es eterna. El mecanismo no se altera sea cual sea el escenario o el enjuage. Es una sepsis. Un estereotipo.

Nuestra tendencia es la servidumbre. Lacayos preservativos todo a cien.

SECARRAL

Ya no llueve por este lugar donde duermo. Nunca jamás. Apenas cuentan esos llovizneos fantasmales, aleatorios, donde un puñado de gotas tímidas se suicidan antes de llegar al suelo. Y así , los ríos marrones de la vieja ciudad agostada discurren inermes, entre la vegetación que fue y una ristra de enseres raídos y abandonados. El agua desparecida muestra la devastación y los muñones. Pronto, nos instarán a ducharnos con agua embotellada.

Pese a todo, no se advierte una excesiva preocupación en los despachos. La Ciénaga parece cómoda con la tiranía del Anticiclón que nos convierte en una pradera del Chad. El Agua no es todavía, susurran, un bien escaso en nuestros afanes.

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Ya no llueve, no, para que los Narcisos pueden disfrutar del sol tibio de un otoño ecuatorial, semidesnudos y erectos, mientras los gatos husmean en los rescoldos un átomo de sombra y cualquier charco de escoria lejanamente líquida.

Por lo demás, los mandarines del clima aseguran que no hay rastro de lluvia en sus mapas. Aunque , sumergidos en su estupor académico, no aventuran posibles causas de esta ausencia implacable. Se limitan a un sinfín de contorneos en la Tele frente a las arrogantes isobaras y a un puñado de estadísticas exprimidas por un uso estacional y saciante.

Mi paraguas, en su rincón, víctima y rehén, amenaza con irse de casa, tal vez a Islandia donde le han dicho que la lluvia no es una excepción energúmena. Le entiendo. Tal ves debiera acompañarle. Añoro caminar por una tarde gris, con el agua en la cara y todos esos excrementos, tan ufanos, por fin derrotados.