Y sí, nos fuimos. Otra vez en busca del mar para que su espejo reflejara que hemos requebrado a otro invierno y a sus cicatrices y al dolor que todavía quema. Y demoramos el encuentro en un viaje lento y tranquilo, deteniéndonos a la vuelta de cualquier curva del camino, como sí no quisiéramos llegar aunque deseábamos hacerlo.
A media tarde frenamos junto al malecón y allí estaban, como siempre, todas esas postales inevitables que nos abrigan desde hace mil años.
Y nos hemos bañado en un mar frío y hemos vuelto a recorrer todas las esquinas que conocemos y los rincones donde en otras noches nos deslizamos en un tiempo sin horas. Y comimos un par de esterotipos junto al rumor dilatado del mar.
Y nos sentamos junto a las piedras para recordar que seguimos aquí y celebrarlo durante horas .
Y nos quemamos en la arena con una voluntad gregaria y recorrimos las calles y las lonjas antes de volver a la carretera y a nuestra cueva sabiendo que, ni cerca ni lejos, está siempre, esperando, nuestro mar de todos los veranos.