La vieja ciudad en estos días de Junio es un tizón enloquecido. Su fuego inadmisible nunca se acaba. En la medianoche, cautivo en una ignominia sin sueño, el termómetro marca 28 grados. Durante la tarde, la pesadilla ha seguido su curso hasta superar la obscena destemplanza térmica de 41 grados; lo que, sin duda, ha permitido, la aniquilación de las neuronas, las abubillas y los pequeños teckel.
En este trance, he decidido exiliarme en un Hotel hasta que esta Ola extravagante y el polvo africano en suspensión termine. En su vientre me refugiaré de las llamas con un HOUELLEBECQ y HBOmix. Encerrado en una burbuja de 24 grados artificiales y una nube adormidera de frigorías desatadas, trataré de recuperar una textura humana y no esta brasa de fuego valyrio que me diluye en un coágulo de sal.
En el tránsito hacia el Hotel, me dejo, momentáneamente, las gafas en un taxi que recupero por la diligencia inmediata de la conductora. Me compro unas pastillas banales de magnesio, espirulina y neurastenia. Localizo una frutería próxima al Iglú que me he recetado. Y entro en el Recinto hotelero con un cierto regocijo educadamente controlado…
Las próximas 48 horas serán un bucle mientras en el exterior arden las luciérnagas.